Fronteras permeables

“Aquí está; mira. Yo tengo el fuego en mis manos… Yo comprendo todas las poéticas; podría hablar de ellas si no cambiara de opinión cada cinco minutos. No sé. Puede que algún día me guste la poesía mala muchísimo, como me gusta (nos gusta) hoy la música mala con locura. Quemaré el Partenón por la noche, para empezar a levantarlo por la mañana y no terminarlo nunca”

Con esta frase, que pronto hará cien años que fue escrita, un músico aficionado, de nombre Federico García Lorca, ironizaba sobre la dificultad de medir la calidad de la “cultura”. No es de extrañar que fuera amigo de La Niña de los Peines (mujer muy inteligente y casi analfabeta que cantaba el flamenco como nadie), o que poco después se extasiase con el incipiente jazz que escuchó en su estancia neoyorkina.

Algunos, en algún momento histórico, han querido contraponer la música que se escribe y que se compone basada en sólidos conocimientos armónicos occidentales con la música popular, de modo que ésta ocuparía un escalón inferior, hecha por los que no saben música. Sin embargo, desde siempre, muchos compositores clásicos se han inspirado en elementos de las músicas populares. ¿Quizá entonces lo popular sea bueno y lo comercial malo? ¿Malo como se decía que eran aquellos Beatles melenudos y yeyés cuando empezaban? Los creadores no disciernen esas categorías. Son como los dioses que insuflan alma a un cuerpo de barro, como aquellos que pintaban las cuevas paleolíticas.

La historia del jazz conoce esas mezclas. El productor John Hammond tuvo la osadía en los años 30 de mezclar en la misma orquesta de jazz a blancos y negros, a un virtuoso judío y músico profesional como Benny Goodman con una cantante negra sin conocimientos teóricos musicales, que apenas abarcaba la tesitura de una octava: Billie Holiday, en la que lo importante además del qué era el cómo decía lo que cantaba, alcanzando una tensión emocional insuperable. ¡Es curioso que el cazatalentos Hammond promoviera años después también a Bob Dylan, otro que no sabe cantar y canta como nadie! Rápidamente no tuvo reparos Duke Ellington en hacer una versión de Blowing in the wind. Tampoco los tuvieron otros grandes músicos de jazz en adaptar a su estilo canciones de la música popular. Por ejemplo, Ella Fitzerald (autodidacta a su vez, como Billie Holiday, pero sin ninguna dificultad para abarcar tres octavas) grabó versiones de temas de The Beatles, así como Sarah Vaughan (que además de su extensa tesitura vocal tenía amplios conocimientos musicales) o Ray Charles, entre otros muchos.

Hoy en día los músicos de jazz dominan la teoría armónica y ponen su talento, cuando se tercia, al servicio de otros géneros musicales, en una atractiva simbiosis que hace que las grabaciones suenen tan bien. Muchos de los músicos que escuchamos en los conciertos de jazz de ‘En ViBop’ aportan su virtuosismo a buena parte de la música popular, comercial o como se la quiera llamar, que suena en los medios audiovisuales (aunque no sepamos que son ellos cuando la escuchamos). Uno de los más notables es Jordi Bonell, todoterreno que va más allá de lo que se suele entender por músico de jazz, tanto como acompañante como por algunos de sus proyectos personales más allá de las fronteras del jazz, si es que alguien sabe dónde están dichas fronteras. Si se busca en google a Jordi Bonell aparece promocionado como guitarrista de Joan Manuel Serrat (a este creador popular ya lo “descubrió” varias veces Tete Montoliú desde fecha tan temprana como 1969). Es un buen reclamo, porque sin duda Serrat elegirá muy bien a sus acompañantes. Pero no hay que olvidar que todo músico de jazz debe ser, además de intérprete, también creador. De ahí que muchos jazzmen, por fortuna, buscan expresarse libremente en el ambiente de un club. Por eso en la época dorada del jazz, cuando las bandas de swing arrasaban, a principios de la década de 1940, algunos músicos, después de su actuación pagada con dinero y fervor popular, recalaban, gratis, en las jamsession del Minton’s Playhouse, un club de Nueva York. Thelonious Monk, Kenny Clarke, Charlie Christian, Charlie Parker, Dizzy Gillespie y otros muchos se olvidaban del corsé de las partituras de las bigband y daban rienda suelta a sus ideas musicales, que conformaron el nacimiento del jazz moderno. Unos cuantos melómanos les seguían, absortos, hasta el amanecer. Ése es el espíritu del jazz, y puede que también el de ‘En ViBop

Thelonious Monk en Minton's 1 Minton’s Playhouse
(De izquierda a derecha) Thelonious Monk, Howard McGhee, Roy Eldridge, Teddy Hill en el Minton’s Playhouse, New York, N.Y., ca. Sept. 1947.

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